28/03/2010
Bardenas Reales: el desierto más grande de Europa.
Al sureste de Navarra, muy cerca de Tudela y en mitad de la gran depresión del Valle del Ebro, se encuentra este territorio de paisajes singulares esculpidos por las lluvias torrenciales y el Cierzo, ese viento intenso y casi permanente que deseca cuanto barre con su poderoso aliento. Bardenas Reales: un lugar tan extraño como atractivo.
Navarra siempre ha sido uno de mis destinos preferidos por su variedad de paisajes y culturas. Si tuviera mar serÃa como un pequeño continente con todos los climas y horizontes posibles. Si descendemos desde el norte los picos pirenaicos nos abrazarán con sus nieves permanentes hasta llegar a los valles húmedos de Roncal, Baztán, Salazar o Bidasoa que nos muestran un rosario de bucólicos pueblos de inenarrable belleza.
Seguimos camino del sur y encontraremos la metrópoli Navarra, Pamplona, Iruña en su acepción euskérica, un ejemplo de urbanismo al servicio del ciudadano, en cuyo perÃmetro prosperan una mirÃada de empresas.
A partir de la capital y continuando nuestra ruta hacia abajo el paisaje se hace más llano; es la Navarra media, dedicada a la agricultura extensiva gracias a la fertilidad de estas tierras y los modernos sistemas de riego y maquinaria que tienen sus explotaciones. Finalmente llegamos a la Ribera, el sur profundo de la región, que recibe ese nombre por ser la franja de tierra bañada por el Ebro, cuya capital, Tudela, es visita obligada para todo gourmet que quiera degustar la mejor verdura del mundo.
Paradójicamente aquÃ, a diez escasos kilómetros de esta tierra que produce los espárragos, alcachofas y frutas más deseadas, se encuentra el desierto más grande de Europa, las Bardenas Reales.
Las Bardenas es un territorio árido que ocupa 42 Ha de la depresión del Valle del Ebro, la mayorÃa de ellas en Navarra y el resto en Zaragoza. Su clima se caracteriza por largos perÃodos secos interrumpidos por lluvias torrenciales esporádicas.
Con ocasión de esas violentas trombas de agua, Las Bardenas Reales se visten con un paisaje inédito de lagunas y riachuelos que apagan por unos dÃas la sed permanente de esta tierra.
El invierno es glacial y el verano tórrido. La sensación térmica se agudiza debido a la presencia casi constante del viento de la zona, el cierzo.
El cierzo es el viento protagonista de esta geografÃa; se produce debido a la diferente presión atmosférica existente entre el Mediterráneo y el Cantábrico, lo que genera un tubo de aire violento que circula por el corredor del Ebro.
Este viento del Noroeste sopla durante gran parte del año y ha condicionado la forma de vida de esta tierra, tanto por su intensidad como por los repentinos cambios de temperatura que provoca, de tal manera que podemos estar en manga corta y si comienza a soplar tener que buscar un forro polar con urgencia.
El Cierzo también se ha encargado de esculpir la piel de las Bardenas creando paisajes dramáticos que nos recuerdan a los que hemos visto en otras latitudes muy lejanas.
La Depresión del Ebro se encuentra cercada por los Pirineos al norte y la Cordillera Ibérica al sur. Debido al empuje que ejercen entre sÃ, ambas cadenas montañosas se levantan mientras que la Depresión se hunde.
El lecho de las Bardenas Reales recibe los materiales producto de la erosión de las cordilleras y presenta un paisaje desigual en función del origen pirenaico o ibérico de dichos materiales.
Estas areniscas, arcillas y limos, una vez depositadas, han sido cubiertas a lo largo de los siglos por repetidas inundaciones del Ebro dando lugar al fenómeno de las terrazas. Agua y viento, los cinceles de la naturaleza.
En la zona denominada “La Blanca†el perfil del horizonte se recorta con formaciones o “mesas†de estratos superpuestos de diferente dureza y permeabilidad al agua. Cuando el estrato inferior es de un material más blando o poroso se erosiona antes que la capa superior, creando formas tan singulares como la del “Cabezo†de Castildetierra.
Este fenómeno ya lo conocimos cuando visitamos la Capadocia turca y da lugar a panoramas fascinantes ante los que es imposible no sacar la cámara fotográfica para capturar imágenes tan llamativas.
Los continuos desplomes de materiales blandos, la escasa vegetación y las lluvias tormentosas hacen que el paisaje se modifique constantemente, hasta tal punto que los cauces fluviales varÃan y los barrancos se mueven varios metros cada año.
Las Bardenas Reales apenas han sido habitadas a lo largo de la historia. De hecho es un territorio tan hostil que sirvió de frontera entre el reino de Navarra y los árabes durante el comienzo de la Reconquista.
La primera ayuda con la que contaron los reyes navarros para repeler la invasión musulmana fue la de los pueblos de los valles norteños, de ahà que la monarquÃa en agradecimiento por el apoyo prestado concediera ciertos privilegios a estos valles, como el derecho a bajar los rebaños de las montañas para pastorear durante el invierno.
Las Bardenas se apellidan “Reales†porque eran propiedad del rey, la única persona que podÃa conceder o denegar prerrogativas sobre estas tierras, aunque estos privilegios nunca fueron gratuitos y los valles que disfrutan de derechos sobre las Bardenas tuvieron que pagar tributos hasta principios del siglo XVIII.
El perfil de Las Bardenas no invita a pensar que en ella haya otro interés que no sea el geológico, sin embargo nada más lejos de la realidad. En su variopinta piel, a veces esteparia y salina, a veces poblada de juncos y carrizos, a veces cubierta por pasto o matorrales, la vida bulle con tanta peculiaridad que en el año 2000 la UNESCO declaró el territorio como Reserva de la Biosfera.
Y hablando de carrizales y juncales, muy cerca de aquà se encuentra la laguna de Pitillas, una Reserva Natural Protegida cuya localización estratégica es vital para las aves migratorias. En sus humedales invernan avefrÃas, ánsares y gran variedad de especies.
Además de su valor ornitológico, la laguna de Pitillas ofrece una curiosa peculiaridad: cada estación del año cambia de color, pero siempre opuesto al del terreno que la rodea. AsÃ, si en verano su perÃmetro es dorado la laguna es verde, si la zona exterior es verde, la laguna es azul, etc.
Pero no acaban aquà las sorpresas que nos depara esta Navarra sureña. A pocos minutos por carretera nos encontramos con el pequeño pueblo de Santacara, una localidad apartada de todos los caminos que vive al ritmo tranquilo de las campanas de su iglesia y el sonido de algún tractor que va a los campos de labranza.
En un recodo a las afueras de esta villa encontramos, casi por casualidad, la huella de un poblado romano que nos habla de la importancia que tuvo esta tierra, hoy olvidada, como cruce de caminos de la Hispania romana en su época más temprana.
No pueden verse muchos restos de la ciudad romana de Cara debido a que está excavada sólo parcialmente. A pesar de todo, se distingue con claridad la presencia de un “cardo†o calle principal que recorre el asentamiento de Norte a Sur.
Los pobladores posteriores de Santacara aprovecharon la mamposterÃa abandonada para levantar o completar los muros de sus casas, lo cual, junto a otras actividades antrópicas y la acción erosiva de la climatologÃa, obligaron a volver a cubrir gran parte de los restos arqueológicos. El escurridizo sol del invierno comienza a acostarse y decido guardar mi equipo para dirigirme a otra zona. Mañana será otro dÃa.
Sentado en una piedra al borde del camino enciendo un cigarrillo y fumo con placer; ya no quedan muchos sitios donde los apestados podamos dar rienda suelta a nuestro vicio. Entre bocanada y bocanada miro con deleite este paisaje estepario casi deshabitado. Antes que yo fueron vascones, romanos y musulmanes los que se sentaron a contemplar este paisaje singular. Tal vez sea esta estepa, que siempre ha estado ahÃ, quien nos atrapa y detiene para observarnos y ver cómo cambiamos.
Este artÃculo puede leerse también en la web quesabesde.com, dentro de la sección 'Diarios de un fotógrafo nómada'.
Prohibida su reproducción total o parcial.